Elisabetta |
Aigul Akhmetshina |
Maria Stuarda | Lisette Oropesa |
Roberto, conde de Leicester | Ismael Jordi |
Giorgio Talbot | Roberto Tagliavini |
Lord Guglielmo Cecil | Andrzej Filonczyk |
Anna Kennedy | Elissa Pfaender |
Dirección musical | José Miguel Pérez-Sierra |
Dirección de escena y vestuario adicional | David McVicar |
Escenografia | Hannah Postlethwaite |
Vestuario | Brigitte Reiffenstuel |
Iluminación | Lizzie Powell |
Dirección de movimiento | Gareth Mole |
Dirección del coro | José Luis Basso |
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real y actores, bailarines y acróbatas
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Como expresan en el entorno del Real, “el Romanticismo en la ópera es una de las épocas más ricas de la historia musical, no solo por la coincidencia de grandes compositores sino por la búsqueda de nuevos equilibrios entre la conciencia social, la necesidad personal de expresión y la complejidad del individuo". La figura de Gaetano Donizetti se inscribe durante la primera mitad del siglo XIX como la de un artista privilegiado, capaz de sintetizar la tradición heredada de Mozart o Rossini con la vanguardia del bel canto. La ópera con él no solo hablará de amores imposibles: también lo hará de cómo encajar el deseo personal con la propia moral dentro de un mundo que exige cumplir con las etiquetas. Buena parte de ese ideario romántico estará presente en su “Trilogía Tudor”, conformada por Anna Bolena (1830), Maria Stuarda (1835) y Roberto Devereux (1837)”.
Son paradigmas femeninos complejos nada convencionales, que sobrevuelan sentimientos tan encontrados como la inteligencia, la ira, la seducción o la belleza. Esta obra se desarrolla en varias localizaciones en Inglaterra, marcadas por las evoluciones y los fragmentos de los diferentes personajes. En el palacio de Westminster, la reina, aunque consciente de las ventajas de una unión matrimonial con Francia (la que nunca finalmente se casó y permitió- oh paradojas! -, que fuera su heredero de la corona de Inglaterra y Escocia el hijo de la condenada María, Jacobo) para su país, es atraída por el noble Leicester, y lo confiesa una graciosa cavatina muy sugerente, “Ah, quando all'ara scorgemi”.
Leicester se conmueve por el mensaje y la grandiosidad del retrato que representa a María, las rival 3 veces casada, católica y bien armada monarca en sus reclamaciones reales, (“Ah, rimiro il bel sembiante”). En el parque de Fotheringay, la reina escocesa, acompañada por su criada Anna, evoca recuerdos felices de la vida que pasó en la corte de Francia donde se crió ("Oh, nube ! che lieve per l'aria ti aggiri"). Y probablemente una de las frases más significativas de la partitura, con los insultos de María a su prima, a la que trata de “figlia impura di Bolena («hija impura de Ana Bolena») y de bastarda”. La reina la condena a muerte (¡lógicamente!) y el acto culmina con un magnífico sexteto.
Luego, En Fotheringay, María se confiesa con su fiel Talbot en una famosa escena. La reina escocesa cree ver el fantasma de su segundo marido: “Delle mie colpe lo squallido fantasma” Y recuerda con dolor a Rizzio (“Quando la luce rosea”, asesinado por Darnley y cuya sangre - dicen los guías del lugar - todavía espejea en el palacio de Holyrood, en Edimburgo donde fue asesinado).
Duelo de reinas y partidarios por el poder, la religión y las pasiones amorosas. Encabezado el reparto por Lisette Oropesa, la soprano ahora instalada en Madrid de origen cubano, realiza una magnífica recreación, en su mejor línea de expansión en el escenario, trémula, conmovedora, altiva sin embargo. Todo lo en guardia que parece estar en las distancias personales cortas como persona, se transforma en sublimación teatral. Oropesa sabe cantar, con excelente técnica, agudos poderosos (salvo algún desfallecimiento apenas percibido), fiato, expresividad y todas aquellas habilidades que la convierten en una gran cantante belcantista.
Su antagonista, una eximia mezzo, Aigul Akhmetshina, defiende un rol amargo, antipático, con una gran carga dramática, preciosa factura y dignísima presencia escénica, solvente y clara en su ambigüedad psicológica. Muy bien.
El tenor jerezano Ismael Jordi tiene tablas y voz para salir airoso de cualquier compromiso. Aquí lo repitió: posee un instrumento dulce, insinuante, con notable línea de canto y admirable presencia escénica. Se adecua perfectamente a sus partenaires femeninas, al coro, fantástico, dirigido por el maestro Basso una vez más y a las órdenes de un director José Miguel Pérez-Sierra, que ha sabido escuchar y dejar oír a los cantantes, concertar palcoscenico y orquesta, aquí muy cómoda bajo su batuta y versátil en tantos pasajes imprescindibles. Jordi, finalmente, navegó con acierto entre las procelosas aguas de una intervención exigente en lo dramático y en lo vocal.
El Talbot del italiano Roberto Tagliavini volvió a recordarnos en España (actúa en muchos coliseos importantes además) que es un bajo y un artista-joya, de esos que siempre están a la altura, que redondean su impronta con galanura y eficacia. Siempre sobrio, siempre elegante. Fue muy aplaudido. Andrzej Filonczyk, solvente y sobrado actor y cantante como Lord Cecil, el acérrimo consejero de Isabel, oscuro, dramático y previsible y muy adecuada también la Anna declinada por Elissa Pfaender.
La nueva creación conceptual de David McVicar, que firmó también no hace mucho una fantástica Adriana Lecouvreur en el Liceu, demostró de nuevo que es un mago de la escena, comprometido, creativo, siempre riguroso y respetuoso de las normas del buen gusto y el sentido común artísticos. Escocés, como la propia Stuarda, resultó más que adecuado para este nuevo desafío.
El director de movimiento Gareth Mole contribuyó a un rendimiento escénico pensado para ser coral, como de hecho resultó, un proyecto mancomunado e importante, completada por la escenografía de Hannah Postlethwait, novedosa en su clasicismo. Bello encuentro otoñal (primaveral ¿?) para la cita entre las dos monarcas, lúgubre como esperable el momento muy largo del ajusticiamiento. El vestuario que imaginó Brigitte Reiffenstuel es historicista, respetuoso, con un toque de genialidad en las enaguas y el misal rojos de María, que exhibe como un último desafío a las puertas del cadalso. Puro Eros… Lizzie Powell aporta una iluminación climática, ensamblada con talento en el todo, en chiaroscuro.
Hubo otras intervenciones, como los asistentes a las distintas direcciones y la del fonetista Giovanni Tarasconi, a destacar por haber conseguido una pronunciación italiana inteligible en la gran mayoría de los casos y momentos.
Aunque no fue sino la penúltima función del primer elenco, pareció una despedida vibrante: el público entregado, ovaciones para todos, los protagonistas, los acompañantes y los responsables de cada sección del teatro, completo, cada vez allá donde fue necesario escandir la seriedad, el interés y la belleza.
La recensión se refiere a la función de 26 de diciembre, 2024
Alicia Perris